Brevísima introducción a la
CATA DEL VINO
según
“EL BIENHABLAO”

 

A la hora de catar y comentar las cualidades de un vino hay que remitirse a los sentidos: Vista, olfato, tacto, oído, gusto y séptimo sentido, que se analizará en el epílogo.

VISTA

La primera impresión que tendremos de un vino es la visual, por ello dependiendo de la tonalidad de su color los catalogaremos en: Blanco, clarete, rosado, tinto, tintorro y tintorrorenegrio que deja lamparones que no saltan.
Todo ello dependerá, esencialmente, de la variedad de uva, elaboración y su conservación; no será lo mismo si ha sido obtenido con bobal viejo o cabernet-sabañón; si fue estrujado a pie o a máquina; trasegado por gravedad o con bomba; conservado en un lugar fresco y seco, o por el contrario ha estado a to el soletón.
Dentro del color hay una gran gama con sus distintos matices que pueden ir del negruzco pálido, al beis ciego, pasando por el verde gamba. La lista cada vez es más amplia, tanto que a este paso van a faltar números para ordenarlos.
Hay que tener en cuenta que el sentido de la vista es orientativo, ya que un vino que tenga un agradable color y una atractiva apariencia no quiere decir, a ciencia cierta, que este bueno; al igual que un vino turbio y con posos nos puede indicar que es malo, cuando en realidad, lo más seguro, es que sea peor que malo.
Para apreciar como es debido su color, debemos verter un chorreoncete generoso en una copa, a ser posible transparente; colocándola sobre un fondo blanco y con buena luz, ya que a oscuras todos los vinos son tintos. Si deseamos ver su tonalidad, moveremos el vino en la copa haciéndolo girar suavemente de derecha a izquierda, nunca al bies, o con mucho nervio, ya que podríamos llegar a picarlo; observaremos como se desliza por la copa con la precaución de no quedarnos embelesaos al seguir su movimiento, ya que si esto ocurre lo más fácil es que acabemos derramándolo sobre la camisa, la bragueta del pantalón o el calzado, lo cual nos hará poca gracia y alguna o mucha, a los que tenemos al lao; si por el contrario lo capuzamos encima de la de persona que más a mano nos pilla, al que no le hará ni puñetera gracia será a ella. Con ello conseguiremos que cualquier comentario que hagamos a partir de ese momento carezca de credibilidad.
Este paso lo repetiremos a la hora de pasar al olfato, pero en vez de echarle un ojo, meteremos las narices en la copa.
Dentro del aspecto visual podremos también observar su fluidez, que aumentará cuantas más copas llevemos ingeridas; su transparencia, que crecerá cuanto menos vino nos quede en la copa; su brillantez según se nos vayan poniendo los ojillos, y la intensidad de color según lo tostaos que vayamos.
Se puede encontrar un atajo con el sentido de la vista a la hora de conocer las cualidades de un vino y consiste, en vez de observar el vino en la copa, ver lo que pone en la etiqueta de la botella.

OLFATO

El sentido del olfato, al igual que la vista, es orientativo. Un vino puede oler bien y ser una castaña; incluso oler bien y parecer potable, y como la misma palabra indica hacernos potar, aun siendo bebible; o por el contrario oler mal… y que no haya quien lo cate.
Según el olfato podremos clasificar los vinos, entre otros, en olor a: Enoecio, rancio, fresco, joven, maduro, con cierto aroma a tonel, tinaja, depósito, brisera, trullo, e incluso a goma de la bomba… Hay quien acaba detectando ciertos aromas a frutas, flores, cuero, almizcle, resina, humo e incluso a agua. La lista puede ser infinita multiplicada por el infinito, cosa que solo sirve para enmascarar su principal fragancia, ya que en realidad el vino debe oler únicamente a vino.
Para apreciar mejor su aroma deberemos repetir el paso anterior del movimiento en copa, introduciendo las narices, con precaución de no sumergirlas en el vino, y aspirar hasta que su olor, tras pasar por las pituitarias, nos rebote en el cogote y lo expulsemos por la boca. Si lo hacemos con los ojos cerrados potenciaremos el sentido, con cuidado de no perderlo y nos caigamos al suelo.
Sin duda alguna el olfato es el sentido que más unido está al recuerdo, de hecho para mí, cuando meto la nariz en un vino, lo primero que llega a mi memoria, no son olores herbáceos, florales, a especias o empireumáticos, si me preguntan a que me huele el vino, la respuesta es: “a mi abuelo cuando venia del bar”.

TACTO

Está cualidad la notaremos a la entrada en boca. Desde las papilas gustativas de la lengua hasta el calao de la muela, sentiremos el rastro que deja a su paso.
Hay vinos que son ligeros o densos desde el primer sorbo que damos, dejándonos la lengua: Aterciopelada, pastosa, áspera o cuarteá; dependiendo del retestín que se va impregnando en la boca, los dientes y el garganchón. Por ello hay vinos que se mascan “sin sentir” y otros que “hacen bola”, esto puede ocurrir en los poco o nada filtrados que tienen muchos chochetes, pellejo o incluso raspajo.

GUSTO

El sabor es algo fundamental, ya que nos animará a seguir consumiéndolo o cambiar de vino.
El gusto que desprende desde el primer ataque, puede pasar a recordarnos, como sucede con el olor, a frutas rojas, a virutillas de roble o incluso a productos lácteos; la gama es amplísima, de hecho cada vez se suman más apelativos, como el de tener cierto sabor a tabaco, habiendo quien afina aún más cuando remata la cata diciendo que sabe a tabaco rubio, negro o mentolao.
Según su sabor también se pueden catalogar en: Dulces, semidulces, generosos, roñosos, semisecos, extrasecos y en polvo. Esto en cuanto a los vinos tranquilos o poco nerviosos, en los espumosos o con gorgoritas se pueden distinguir en: Brut, dulce, más dulce, menos dulce, seco, el semicheco y el eslovaco.
Está claro que cuanto mejor sabe, más bebemos y cuanto más bebemos, más se acostumbra nuestro paladar a él, pudiendo disfrazar su dañino remate final, ya que no será hasta pasadas unas horas, cuando seamos plenamente conscientes de si además de saber bien, nos ha dejado la cabeza en su sitio y hemos pasado del “bienestar” al “mejorestar”, o por el contrario se nos han inflado los sesos y no nos cojen en el cráneo, lo cual suele producir además de malestar general un dolor de cabeza de brigada.

OÍDO

Ahora analizaremos el sentido del oído.
Este lo percibimos al verterlo en la copa. Puede sonar a fluido, apelmazao, denso o espeso; también los hay que suenan como si llevaran tropezones, sobre todo al final.
Otra característica auditiva que hay es cuando tenemos que pagar y escuchamos lo que nos cuesta.
Si un vino es bueno y nos clavan en la cuenta, nos causará cierto desasosiego y saldremos jodíos, pero contentos. Si el vino es regular y nos clavan, además de jodernos acabaremos malhumorados; si es malo y además nos clavan suele ser un timo que nos puede llegar a amargar la experiencia y producirnos rescoldina; por el contrario si es vino “de gratis”, beberemos más o menos, pero no nos joderá tanto e intentaremos no poner muchas pegas para que vuelvan a convidarnos. El vino “de gratis” o “de balde” suele resultar bastante más económico que el denominado “vino de Pago” y no nos dolerá en el musculo cercano a la cartera, teniendo la virtud de que si por desgracia es malo, puede dejarnos hasta buen sabor de boca, sobre todo si eres roñoso. Este tipo de vino suele tener buena acogida y aceptación, teniendo cada vez más adeptos. El sentido del oído también puede ser muy efectivo, ya que cuando alguien nos habla bien de un vino tenemos ganas de catarlo.

EPÍLOGO

Algo primordial y decisivo que pasan por alto todas las catas e incluso los más eruditos sommeliers es lo que denominaremos séptimo sentido o “efectos secundarios, terciarios y cuaternarios”, dicho de otra manera “como nos sienta”; ya que hay vinos que pueden tener buen color, buen olor, buen tacto, buen oído e incluso buen sabor y sentarnos mal o tumbarnos peor. Por ello debería clasificarse e indicarse bien en la etiquetación si son vinos para irse a echar la siesta, buscar un ibuprofeno 800 o para seguir disfrutando de ellos copa tras copa, llegando hasta los postres sin miedo a terminar balbuceando, con el sistema psicomotor seriamente dañado y haciendo amaguces.
Ya va siendo hora que de forma orientativa se nos indique en la leyenda de la etiqueta a que grupo pertenece el vino que estamos degustando, en evitación de desagradables sorpresas; pues podemos pasar de tener buen color de cara, mofletes bien encarnaos, sonrisa picarona y ojillos simpáticos a terminar enroscaos sobre nosotros mismo y más blancos que el enjalbiegue.

En definitiva el vino tiene que tener color, olor, tacto, sabor y oído únicamente a vino y toda parafernalia técnica o seudoculta en su comentario pueden servir para pasar un rato ameno y divertido, pero nunca para incitarnos a pagarlo caro.
Por último no debemos olvidar que la elaboración del vino no es una ciencia exacta, hay muchos factores que lo convierten en una bebida única y peculiar. El mismo vino nos estará distinto para comer o para cenar, según el estado de ánimo que tengamos, donde nos encontremos o con quien estemos compartiéndolo; por eso nunca debemos decir que un vino es “mejor” que otro, si no que nos “gusta” más o menos; es algo tan personal y subjetivo que dependerá de cada uno de nosotros, ya que aquel que a unos les resulte poco atractivo, para otros puede ser ideal. Esto no quita que un vino que ha sido contrastado, catado y recatado suela gustarnos y sentar mejor.
Para disfrutar de una copa de vino, no es preciso saber más o menos, es cuestión de “sentir”. Cada uno tenemos nuestros gustos y preferencias, pero si debemos reconocer que una de las virtudes y cualidades que hace del vino una bebida singular, es el hecho de que cada uno es una experiencia única, especial y fascinante, pues no sabremos a ciencia cierta ante que nos encontramos hasta catarlo, digerirlo y asimilarlo, no como la Coca-cola que siempre sabe igual y es una experiencia carente de emoción y sorpresa.
Si lleva más de seis mil años en la dieta del ser humano y no hemos prescindido de él, es sin duda porqué es más que una bebida, un bálsamo capaz de espantar los dolores y hacernos navegar, por unos instantes, en el bienestar, la alegría e incluso la felicidad, siempre y cuando no cometamos excesos y acabemos naufragando en él.
Nacimos y vivimos en tierra de vino y estoy seguro que si analizáramos nuestro ADN no sería raro encontrar en él alguna secuencia de bobal o macabeo.

SALUD!!!

A mi abuelo Ángel por el vino que le tocó trasegar; una condena a la que supo enfrentarse sin padecer por ello.

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