La presente es mi pequeña historia y como cualquier historia no sería lo que fue sin sus protagonistas y su escenario.

El escenario es un lugar de La Manchuela y sus protagonistas todos aquellos que pasaron sobre mí, que no han sido pocos, de ahí que anhelen mi longevidad, aunque con envidia me tachen de viejo y comparándome con Matusalén digan:

– «Tienes más años que un bancal«

Muchas son las generaciones de personas y animales, que me han cuidado y explotado; de hielos y soles, que me han cuarteado y socarrado; de días y noches que me han alumbrado y acurrucado.

Contaré, sólo por encima, estos últimos quinientos años de existencia, pues los anteriores, aunque son muchos más, transcurrieron con una paz y una tranquilidad casi celestial. Los siglos se sucedían sin apenas mutar el entorno, fue con el hombre cuando la gran mayoría de cambios llegaron; además yo no era ni siquiera un bancal, hasta llegar los humanos no había bancales, tal y como hoy los entendemos, ni siquiera palabras que los definieran.

Comencé siendo un gran encinar donde los animales encontraban cobijo y comida, unos por comer las bellotas que me nacían encima y otros devorando a los comedores de bellotas. Así, durante muchos años, transcurrían las estaciones hasta que por primera vez los hombres me asignaron un amo, sin darse cuenta que son ellos más dependientes de mí que yo siervo suyo, por lo tanto no sé quien es aquí el señor y quien el lacayo.

Como iba diciendo mi primer dueño fue un caballero al que un noble le concedió como favor el dominio de estas tierras, las cuales eran sitio de paso y lugares de caza, careciendo de otros beneficios para el hombre.

En cumplimiento de lo ordenado por el caballero, unos hombres ayudados de bestias, cortaron todos los árboles que me proporcionaban humedad y frescor en verano. Primero serraron sus troncos, huyendo los pájaros y animales que en sus copas y bajo sus pies moraban; seguidamente arrancaron los tocones decuajo, los cuales como muelas extraídas por un mal dentista, me dejaron lleno de socavones y badenes, y de mi perenne color verde pasé al seco marrón; me acotaron, creándome unos lindes donde nunca hubo fronteras.

Luego me labraron con profundos surcos, regándome con no poco sudor de los hombres y bestias que intentaban darme forma; aunque clavaran sus metálicos arados en mí piel más que dolor me producían cosquillas, para mí no era tanto sufrimiento como parecía, eran ellos, humanos y animales, los que padecían en su empeño, destrozándose los riñones al sacar las piedras que aparecían en la superficie, las mas grandes eran partidas con la almaina; recogieron tantas que colocadas todas en un cornero sirvieron para levantar un chozo que protegiera del frío y la lluvia a los campesinos.

Después de esto, no contentos, comenzaron a tirarme excrementos de animales, decían que era por mi bien, que eso era mi alimento, mi abono, pero yo he de reconocer que el olor era nauseabundo y más cuando fermentaba; incluso los jornaleros lo reconocían, pero, claro esta, ellos se marchaban y yo, allí me quedaba.

Para empezar a ser rentable a mi dueño, primero me sembró de cereales, luego legumbres, e incluso azafrán y girasol, hasta que se dio cuenta que igual que él necesitaba su descanso yo me merecía un barbecho.

Me plantaron, justo en el linde, unas oliveras que fue durante mucho tiempo lo único que me proporcionaba un verde perenne, además de servir para delimitar mis proporciones; ya que de forma rastrera el vecino de bancal cada vez que labraba echaba un surco dentro de mi linde, con lo cual su bancal crecía y yo menguaba. Dos surcos, los dos últimos surcos trazados, tuvieron la culpa de que por primera vez se derramara sangre por mí, el resultado fue que mi amo terminó bajo rejas y el vecino bajo tierra.

Nací como un gran bancal, pero mi dueño murió y sus descendientes me dividieron en tantas partes como herederos eran, y de ser un gran bancal pasé a ser varios bancalillos, que a duras penas mantenían a mis nuevos dueños. Este estado de cosas no duró mucho, a los cuarenta años de mi división ocurrió que uno de los herederos, con mucho trabajo, sudor y alguna que otra argucia fue comprando las partes de sus tíos y primos hasta quedarse con todos los bancalillos; rompió los lindes y volví a ser un gran bancal, e incluso crecí, pues mi nuevo amo compró tierras de alrededor y fui ampliado. Pero no duró mucho este estado, ya que con el fallecimiento de mi agrupador pasé a manos de su primogénito y éste al no haber ganado con su esfuerzo lo que ahora le pertenecía, se dedicó a cultivar toda clase de vicios, olvidando que eran sus tierras las que le proporcionaban todo el desahogo económico de que gozaba. Una partida de cartas tuvo la culpa de que pasara a otras manos. Volví a ser dividido y segregado hasta quedar repartido en trozos tan pequeños que más que bancales eran pizcotes, para colmo de males el clima no ayudó, se iban intercalando los pedriscos con la sequía, que llenaban de polvo los caminos y de gasones los bancales.

Alguien del Norte llegó y por cuatro perras fue comprando pizcote tras pizcote y los unió, volviendo a ser un gran bancal, para envidia de lindantes y padecimiento de jornaleros.

De bancal pasé a ser majuelo, plantándome de bobal mi dueño. Durante muchos años proporcioné las uvas que una vez fermentadas son tan apreciadas por los humanos, dándoles color a las mejillas, desatando sonrisas y aliviando, momentáneamente, sus temores. Así fue como todos mis vecinos corrieron la misma suerte, crecieron los majuelos y menguaron los bancales, llenándose de cepas todo el término, lo cual fue un gran alivio para los traspillados bolsillos de los agricultores.

Pero nada es eterno y los majuelos cayeron en desgracia. Las cepas eran demasiado viejas y con el descabello de las subvenciones me arrancaron todas, volviendo otra vez a ser bancal de secano que ahora añoraba ser huerta.

Hubo otros bancales que corrieron suertes bien distintas, algunos se convirtieron en solares, con el correspondiente regocijo de sus propietarios, que veían cómo su valor crecía; otros gracias a profundos pozos que robaban el agua de las entrañas mismas de la Tierra, pasaron de bancales de secano, a regadío. Si antes el agua parecía mandarla Dios del cielo para todos, ahora la extraían, bajo tierra, para beneficio de unos cuantos; mal gastando entre cuatro el agua de todos, creando una ilusión verde que no duraría mucho.

El hombre fue cambiando sus costumbres de explotación, rociándome anualmente con insecticidas, pesticidas, plaguicidas; y si no me gustaba mucho el olor del abono animal, ya no sé que decir del químico. Con el tiempo me echaron tanto abono, cada vez más fuerte y corrosivo, que me era imposible adsorber todo el que me echaban y gran parte de él lo expulsaba por las aguas subterráneas, con la consiguiente protesta de arroyos y ríos.

Fui perdiendo mi capacidad de regeneración natural y de tantos abonos y demás productos químicos me dejaron tan estéril como una huerta de grava, el humus se volvió tierra y la tierra polvo.

Desde mi nacimiento he sido motivo de discordias entre hermanos, de enfrentamiento entre herederos, he despertado la codicia de los compradores y el último sustento de sus vendedores; por mí han pasado dueños y jornaleros, renteros, aparceros, y pese haber dado cientos y cientos de cosechas hoy me tienen olvidado. Sólo los cardos me hacen compañía y sobre mi maltratada epidermis plantaron una carretera, con el correspondiente descontento de mi actual dueño, al haber sido expropiado en parte, por cuatro duros, y el resto convertido en dos linchas con sus correspondientes cunetas. Me llenaron de alquitrán, humos y ruidos que todos los días tengo que soportar. Antes generador de vida y ahora guadaña de conductores. Al partirme la carretera perdí todo el interés para mi amo, dejó de explotarme y sólo se acordaba de mi cuando pagaba la contribución.

Pero todo no iba a ser penar; cambiaron el trazado de la carretera y de soportar sobre mí miles de coches me dejaron sin servicio y nadie me quería ahora labrar. Estuve olvidado algún tiempo hasta que alguien, gracias a la subvención, me repobló de encinas y ahora más joven que nunca me han devuelto mi antigua apariencia, volviendo a ser lo que fui.

Todos mis dueños han desaparecido y yo aquí sigo; murieron creyendo ser mis dueños, sin darse cuenta que son ellos, en realidad, los que me pertenecen, cuando todos han pasado, continuo siendo la envidia de mis vecinos y el orgullo de mis dueños, sin apenas darse cuenta que uno no nació bancal aunque bancal me hicieran.

(AMR)

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